lunes, enero 15, 2001

Hace tanto...

Se oye la regadera abierta, y el vapor de agua ha tomado el cuarto de baño y con dificultad se ve quién toma la ducha. Sólo se escuchan las gotas de agua lanzadas a presión estrellarse con el suelo; de repente también se percibe cuando el shampoo o el jabón es enjuagado y estos bajan con su sonido característico, pues opaca el ritmo del agua cayendo.

Se cierra la llave del agua, cesando el concierto de la regadera. Se abre la puerta de acrílico opaco y a través del vapor se desliza la figura desnuda de Adriana; ella toma una toalla y se la pasa a otra figura, la de un hombre, que aparece de dentro de la regadera. Ambos se voltean a ver, se ven con cierta mirada de complicidad y sonríen.

Sin haber terminado de secarse, ambos caminan hacía la alcoba. El cuarto está pintado de color melón claro, el juego de recamara es todo madera y hay una mecedora de ratán con un colchón para sentarse en él; además, hay una cama king size vestida de rosa pastel. La habitación está a media luz, cálida y dotada de una tranquilidad alucinante.

Entra Adriana a la habitación; ella es una joven de piel bronceada, de ojos poco rasgados y de un café profundo, con unos labios carnosos y afilados, se puede ver donde está su cintura y donde comienzan sus caderas, sus nalgas son firmes y redondas, pudiendo decir lo mismo de sus pechos, sin olvidar su abdomen plano y firme. El cabello de Adriana es castaño y le llega a los hombros, sus extremidades son delgadas, sus manos y pies pequeños; aunque en sus brazos se puede ver vello, el resto de su cuerpo está depilado y su piel es suave.

Adriana se seca con una gran toalla blanca; tras ella entra a la habitación su joven acompañante. Al mismo tiempo, la pareja se sienta en la cama, en el mismo lado. Adriana se sienta frente, pero de espaldas, a su compañero mientras seca su cabello. Cuando ella pone la toalla sobre sus hombros para secarse la espalda, el joven, lenta y cuidadosamente, la abraza por atrás; ella se deja ir y él le susurra al oído, con un tono de deseo fervoroso y mantenido a través del tiempo: "Hace tanto que te deseaba... ¡hace tanto que te deseaba!". Dicho esto, ella suspira tiernamente y se muerde los labios con cierto gesto de excitación y nervios. Así, la habitación se va al oscuro.

El joven despierta, lo primero que ve es la habitación color melón y luego la ropa de cama rosa, también notó que la mecedora estaba en su lugar y el juego de recamará estaba completo, según lo recordaba; sin embargo, faltaba Adriana en la cama. Aunque todo era igual a lo que recordaba de la noche anterior, debía aceptar, que a pesar de sentir el agua de la regadera, el vapor, la toalla para secarse y la piel -la sensación de la misma- de Adriana, nada de eso había pasado, porque fue real mientras duró. El joven se tapa nuevamente y procura volver a quedar dormido, y piensa: "¿Quién sabe? Puede que entre y me tope con Adriana otra vez...". Y mientras se queda dormido repite con voz muy baja: "Hace tanto que te deseaba, hace tanto que te deseaba, hace tanto que te deseaba...".

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