jueves, noviembre 26, 1998

Lo que veo desde aquí

Te veo caminar y tu ritmo me hace bailar por dentro, tus caderas y piernas me hacen sentir en una gran fiesta.

Te veo sonreír; no hay cosa que me provoque más entusiasmo ni gozo, porque tu sonrisa es como conquistar la meta más alta impuesta.

Cuando fijas tu mirada de esmeralda en mí siento mares de latidos que vienen desde el fondo de mi pecho, que gritan en silencio tu nombre.

Veo tus labios y me parece sentir un alimento exquisito, como el que nadie más a probado, porque tus labios no le pertenecen a nadie.

Veo tu piel de arena blanca, cálida y suave, y me dan ganas de acariciarla y vivir sobre ella, sintiendo los detalles de ella jugando como mis sentidos.

Las ondas de tus cabellos juegan con el aire que pasa, y tu sinuosa silueta corta cada ráfaga, como si fueras esculpida por cada una de ellas, pero el viento que te rosa lo envidio porque te toca y yo no.

Desde aquí te observo, distante, sin señales que muestren que vienes hacía mí, aun te miro con los ojos de animal a punto de morir; mi único deseo es mirarte como si fueras musa, porque no lo eres, eso quisiera, para que fuéramos uno, como lo fue en el principio la primera pareja, una carne, una sola, que nadie separaría, sólo el precio del pecado, la muerte.

Pero no es amor, es atracción, porque tu esculpimiento me atrae, pero nuestra falta de atención no nos ha unido.

Si tu corazón lo permite, si mi boca me deja, quisiera que fueras mía, para no desearte más, para no seguir viéndote desde a aquí.